martes, 16 de agosto de 2011

A cuatro años de haber llegado


Justo cuando estábamos en todo el asunto de arreglar los detalles de la partida, mi madre me regaló un libro que se titula "Rasgando el tiempo" de Esther Charabati.

En su prólogo, explica perfectamente lo que significa salir del país y un poco las consecuencias que conlleva.

Esto es un extracto que me pareció relevante para explicar como me siento y veo después de 4 años de haber llegado aquí:

Dejar el propio país es un acto de tristeza. Aunque el futuro parezca prometedor, aunque el pasado haya sido ingrato, aunque sean muchas las ilusiones que guíen los pasos del emigrante, su imagen es la de un hombre - o una mujer - que sufre una ruptura, una separación radical. El emigrante cruza una frontera por cuestiones de supervivencia, huyendo de la persecusión o del hambre, del hostigamiento o de un futuro sin futuro. Llega a otro país, sin saber si es su destino final. Se encuentra con otro idioma, o por lo menos con otras costumbres, otra manera de nombrar el mundo, otras formas de verlo. Intenta adaptarse. No es fácil. No logra desprenderse de su patria. No sabe si quiere olvidarla. Quizás se siente traidor. Aun así, pone en juego todas sus habilidades para ser aceptado. Le cuesta. No basta una sonrisa y buena voluntad. Es visto con recelo. Es un extranjero. Un extraño. Uno que no es como los demás. Es más opaco, porque es distinto. Si se reúne con otros compatriotas exiliados, probablemente acabe inmerso en su grupo, con un apego obsoluto a su cultura, acusado de "separatista". También es posible que, ante el sentimiento de impotencia que provoca pertenecer a la minoría, se defienda reveindicando una superioridad imaginaria, sufriendo en aislamiento colectivo. Si opta por enfrentarse solo al mundo, posiblemente logre la aceptación, pero a costa de la pertenencia. Ser de ninguna parte. Alejarse del origen y renegar de los que son como él. O quizas prefiera afirmar su doble pertenencia, intentando unificarla; ardua tarea. Servidor de dos amos, no sabe que hacer con la nostalgía a cierta patría lejana, suya o de sus antecesores [...]. Por mucho que sufra la separación, al extranjero que se ha radicado en otro país no le resulta fácil volver [a su país de orígen]. Porque aunque regrese, ya está roto. Aprendió a amar al pueblo que lo acogió, ha construido ahí una vida. Si se va, se lleva con él la nostalgia de todo lo vivido durante los años de ausencia. A pesar de las dificultades, de la añoranza, de la soledad, ha encontrado una segunda patria. (Charabati, E. "Rasgando el tiempo", Ed. Tribuna Israelita, México 2006)

A cuatro años de haber llegado aquí, creo que puedo llamar Québec y Canada mi hogar. Pero también podría llamar casa México. Es verdad, uno queda fragmentado entre dos identidades, sin embargo, la experiencia ha sido increible, me siento en casa.